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La Esperanza: El Suspiro que da Fuerza al Espíritu Vencedor

La esperanza es un sentimiento vital para el ser humano. El refrán popular dice: “La esperanza es lo último que se pierde y muere”. Esto desde el punto de vista psicológico también significa, que sin esperanza, sólo hay muerte y rigidez. Su origen, etimológico, viene del latín y significa sperare, es decir, esperar pero no esperar cualquier cosa, es esperar que cosas buenas sucedan, de algo que sentimos nos hará bien y que permitirá que nuestra vida llegue a ser mejor.

En las culturas latinas, se asociaba la esperanza con la respiración. Decían: “Dum spiro spero”, que se traduce en mientras yo respire, espero. En otras palabras, respirar nos hace estar vivos porque la respiración permite que fluyan en el organismo nuevas fuerzas, vitalidad. Podría decirse que la esperanza es el suspiro del espíritu, como el aire lo es para respirar, para vivir. Sin esperanza no se puede vivir porque ella es el suspiro de los espíritus vencedores.

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La esperanza hace crecer la vida, a pesar de todas las adversidades que nos toque vivir, porque ella permite que podamos superarlas y trascenderlas. Es esperar algo que en concreto aún no se ve, algo de lo que no se tiene una imagen completa pero que se confía en que algo bueno vendrá, pasará. Es un sentimiento que la vida sigue a pesar de todo y que la idea de un futuro diferente, será mejor.

Vienen a mi memoria las palabras del poeta italiano Dante Alighieri, quien en su obra La Divina Comedia, cuando inicia su viaje para ir del purgatorio al cielo, ve inscritas en el dintel de la puerta del infierno:¡Oh ustedes los que entran, abandonen toda esperanza!

Quedar sin esperanzas es, metafórica y psicológicamente hablando, perder la vitalidad, vivir en un infierno que nos quema por dentro que nos consume, nos mata. Va apagando poco a poco nuestra esencia para reducirnos a cenizas y despojarnos de sueños, anhelos, quitarnos la fe en una tierra prometida.

Es necesario una alta dosis de esperanza hacia todas las manifestaciones de la vida y de la realidad. Ciertamente estamos viviendo en un mundo complejo y muy difícil, un mundo que cada día parece romperse, un mudo tan convulsionado que nos agobia, nos aturde que nos deja muchas veces sin fuerzas.

Siempre ha habido quienes han luchado por aportar, con más o menos éxito, algo positivo. Es posible, esperar contra todo pronóstico, cuando no quedan motivos o incluso cuando todos han abandonado. La fuerza de la esperanza es que posee un calado especial, es el arma de los desarmados o más exactamente, todo lo contrario a un arma, y es ahí donde reside, misteriosamente su eficacia, es el tejido del que está hecha el alma.

El tiempo de la esperanza es además un tiempo abierto, que da paso a la creatividad, a la comunicación, al contacto con los demás. Es un tiempo de superación y continuidad que hace frente al tiempo cerrado de la desesperación, en el que la soledad se impone, en el que todo parece perdido y la persona cae irremediablemente en las arenas movedizas del pesimismo y el sinsentido. Donde Tánatos, pugna por hacerse amo y señor de la vida, de manera suave y lenta.

La naturaleza humana posee una estructura que incluye esta realidad dinámica, llamada esperanza. Ella es consustancial a la existencia humana, de modo que ésta existe, de alguna manera, en toda situación humana, por más desesperante que sea.

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La realidad humana, con toda su contingencia y limitación, alberga en sí misma grandes tesoros. Descubrir el tesoro de la esperanza es nuestra tarea vital, nos proporciona un valor terapéutico, sanador.

Los que ejercemos profesiones de ayuda, de salud, debemos tener presente que somos hombres y mujeres de esperanza, portadores de un estandarte que como fuente de bienestar, nos coloca en una perspectiva holística, integral, en estrecha relación con la vida, con la paz, en equilibrio, en armonía, con la salvación, con la sanación.

No es fácil vivir en y con esperanza cuando son palpables los problemas que enfrentamos a diario. Pero sí se puede vivir adoptando diversas actitudes. Hay quien no deja de lamentarse, quien sufre por las dificultades de la vida hasta enfermar de desesperación, pero hay también quien vive movido por un dinamismo que le lleva a hacer lo mejor, a centrarse en el amor generoso, a trabajar bajo el égida de la esperanza.

Y el que espera vive en un mundo más sano, porque centra su vida en el amor, igualmente no hay amor si no hay esperanza. Es la esperanza un ingrediente del amor. Sólo una vida comprometida en la esperanza tendrá sabor a amor y valdrá la pena ser vivida, aunque sea en la adversidad de nuestra limitación y vulnerabilidad humanas.

Solamente situándonos con una mirada esperanzadora frente a esta realidad, podremos hacer algo para reconstruir o por lo menos detener el ritmo de la destrucción hacia donde el mundo en general, y este país en particular, parece conducirse. Una realidad frente a la que no podemos ser indiferentes o simplemente sentarnos a llorar.

gratitudLa esperanza es realmente la fuerza, el impulso detrás de todo proyecto, plan o campaña que busca transformar una situación o crisis adversa, difícil, compleja y estructural como la que tenemos.

Nosotros estaremos muertos cuando dejamos de intentar. Pero si la desesperanza paraliza, la esperanza libera. A una sociedad que busca afanosamente la libertad, vale la pena decirle que la esperanza es pieza esencial para acceder al sentido de una existencia libre y el último suspiro que da fuerza al espíritu vencedor.

“Los vuelos naturales del espíritu humano no van de placer en placer, sino de una esperanza a otra” Samuel Jonhson.

SIBONEY PÉREZ V.

Dr(a). Siboney Pérez V.

Psicologo

Miembro de Psicológos Sin Fronteras de Venezuela. Miembro de la Sociedad Venezolana de Psiconeuroinmunología. Docente...

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